Capítulo I. UNA ESCUELA PARA LA VIDA
La ESCUELA ACTIVA es la escuela de la acción. Por eso es
activa. La acción es vida. Es pues la vida el insumo por excelencia que
sustenta nuestro trabajo educativo. Así lo enunciamos a partir de nuestra
certidumbre de que, respecto del aprendizaje informativo, no lo hay más
completo que aquél en el que el alumno es sujeto activo, y respecto de lo
formativo el propio alumno vive y actúa conforme a valores universales
irrenunciables, de cuya operancia y permanencia él mismo es depositario y
guardián.
Afirmamos pues que la ESCUELA ACTIVA aspira a una educación
integradora de todas las facultades humanas, en la que la vida del educando es
tanto el instrumento que educa como el objetivo educativo.
Entendemos como aprendizaje integral el que resulta de vivir
aquello que se aprende por encima de aquel en el que el maestro predica y el
alumno es oyente pasivo. Para este efecto, la escuela debe constituirse en un
núcleo social con vida propia, en donde el niño es el actor principal de su
proceso educativo. Y enfatizamos: el objetivo final de la ESCUELA ACTIVA es
educar, lo cual es mucho más que instruir, informar y hasta domesticar. Y
entendemos por educación el acto de amor -no de lucro- que deviene la acción
transformadora hacia estadios humanos superiores.
Por ser este proyecto tan ambicioso respecto de sus métodos,
técnicas, objetivos e ideología, hemos de concluir que la ESCUELA ACTIVA es,
sobre todas las cosas, una actitud ante la vida.
Postulamos que la educación no es -nunca debería de ser- aquella que cumple con informarnos sobre las cosas, sino la que nos acerca y nos pone en armonía con ellas investigándolas, conociéndolas, distinguiéndolas, discriminándolas. Para que esa necesaria armonía se manifieste, es necesario acercar al educando a la naturaleza de todas las cosas y las ideas, lo cual se consigue propiciando la investigación, el espíritu inquisitivo, la exposición y la crítica. Permitir que el niño conozca y se identifique con el mundo que lo circunda, estimulando el surgimiento y la manifestación de la vida que vive en él, es el principio y uno de los objetivos fundamentales de la educación activa. Puede afirmarse, consecuentemente, que la ESCUELA ACTIVA educa para la vida por medio de la vida.
Las implicaciones sociales y familiares que ello supone suelen ser trascendentales. El hecho simple de aprender para vivir y para elegir una vida, en lugar de aprender para convertir la mente en una gaveta inerte de datos memorísticos, casi siempre inútiles e innecesarios, es lo que constituye la diferencia entre esta escuela y las escuelas tradicionales-convencionales. Y, por cuanto esto implica el advenimiento de toda una conducta ante la vida, en vez de la preservación de un mero sistema deshumanizado y dogmático -a menudo en franca contraposición con lo establecido en el medio familiar- es preciso adquirir conciencia de que este advenimiento implica una valiente y honesta reconsideración de muchos de los presuntos valores, costumbres y tradiciones sociales y familiares que son comunes.
Postulamos que la educación no es -nunca debería de ser- aquella que cumple con informarnos sobre las cosas, sino la que nos acerca y nos pone en armonía con ellas investigándolas, conociéndolas, distinguiéndolas, discriminándolas. Para que esa necesaria armonía se manifieste, es necesario acercar al educando a la naturaleza de todas las cosas y las ideas, lo cual se consigue propiciando la investigación, el espíritu inquisitivo, la exposición y la crítica. Permitir que el niño conozca y se identifique con el mundo que lo circunda, estimulando el surgimiento y la manifestación de la vida que vive en él, es el principio y uno de los objetivos fundamentales de la educación activa. Puede afirmarse, consecuentemente, que la ESCUELA ACTIVA educa para la vida por medio de la vida.
Las implicaciones sociales y familiares que ello supone suelen ser trascendentales. El hecho simple de aprender para vivir y para elegir una vida, en lugar de aprender para convertir la mente en una gaveta inerte de datos memorísticos, casi siempre inútiles e innecesarios, es lo que constituye la diferencia entre esta escuela y las escuelas tradicionales-convencionales. Y, por cuanto esto implica el advenimiento de toda una conducta ante la vida, en vez de la preservación de un mero sistema deshumanizado y dogmático -a menudo en franca contraposición con lo establecido en el medio familiar- es preciso adquirir conciencia de que este advenimiento implica una valiente y honesta reconsideración de muchos de los presuntos valores, costumbres y tradiciones sociales y familiares que son comunes.
Pueden mencionarse, entre otros, el respeto a la
personalidad del niño, el derecho a su determinación, el reconocimiento a su
derecho a la libertad racional y constructiva y, muy especialmente, la
conciencia inequívoca de que el niño no es ni debería ser jamás un adulto
minimizado, sino una criatura profundamente sensible, infinitamente matizada e
incomparablemente abierta a la creatividad, a la investigación, a la
curiosidad, a la movilidad, a la fantasía y también -¿por qué no?- a las formas
naturales de rebeldía contra aquello que lo lesione, subestime o destruya su
naturaleza.
Capítulo II. LA LIBERTAD
La ESCUELA ACTIVA tiene como norma invariable el respeto a
la personalidad del niño. He aquí una especie de revelación: ¡El niño tiene
personalidad! El niño no es una copia accidental de los adultos, pero sí puede
ser, como tantas veces es, la copia inconsciente o el renuevo consciente de
ellos. ¿Cuántos adultos pueden honestamente hacer profesión de fe en el
principio de no intervención en la personalidad natural del niño? En términos
de estricta justicia, ¿es razonable imponerle al niño respeto a nuestra
personalidad y a nuestras normas en tanto que nosotros, los adultos, seamos
incapaces de reconocer y de observar las leyes que rigen el universo de los
niños?
Pensamos al respecto que la relación entre el adulto y el
niño, para que sea armoniosa, debe basarse en el respeto a la personalidad
mutua. No deberíamos los adultos, en conciencia, exigir ni imponer a los niños
el deber de respetarnos en tanto no estemos dispuestos a reconocerles su
derecho a ser respetados. Un principio importante de respeto es no inhibir en
el niño el descubrimiento del sentido de la libertad. Nos referimos a la
libertad entendida como una herramienta que permite el desarrollo de todas las
facultades humanas y nunca como las "libertades" que algunas personas
o instituciones le han adjudicado a la escuela activa y que no corresponden ni
remotamente ni a su filosofía ni a su metodología.
La libertad en la Escuela Activa debe entenderse como la no
inhibición y la no represión de la acción física, intelectual y espiritual del
niño, a lo cual debe añadirse el ambiente que favorezca el florecimiento de
todo ello. Ser libre es hacerse libre. ¿Cómo? Ejerciendo la libertad, más no la
libertad que degrada, sino aquella que construye e integra en el ser humano
todo lo mejor y más positivo de su naturaleza. La libertad constructiva hace
predominar las razones sobre las pasiones y el ejercicio de ella es propio de
seres maduros, aquellos que no la convierten en caos, anarquía y libertinaje.
Tiene sus riesgos, pero creemos que es más deseable una libertad riesgosa que
una servidumbre tranquila. Sólo siendo libre puede practicarse la libertad. A
partir de esto, la Escuela Activa aspira a crear en el niño la conciencia de la
libertad, entendida ésta, ya lo enunciamos, como el instrumento que permite el
surgimiento y la evolución de todas las facultades. Mencionamos antes las
"libertades". Identificamos éstas con el sinnúmero de licencias que
cierto liberalismo demagógico propio de mercachifles de la educación han
postulado como lo propio de la escuela activa y de todo quehacer educativo.
Freinet, el ideólogo por excelencia precisamente de la Escuela Activa, ha
apuntado al respecto: "La libertad no es en manera alguna una entidad que
pueda existir fuera de la vida y el trabajo. La libertad nunca es más que
relativa. Sólo los espíritus pervertidos por una educación en exceso formal han
podido elevar la libertad a la categoría de una necesidad individual o social.
Lo que cuenta en todas las circunstancias no es la libertad por sí misma, sino
la posibilidad más o menos grande que tenemos de satisfacer nuestras
necesidades esenciales, de aumentar nuestro poder, de elevarnos, de triunfar en
la lucha contra la naturaleza, contra los elementos y los enemigos. Para
lograrlo, somos capaces de aceptar los más duros sacrificios en cuestión de
libertad. Lo que nos pesa, lo que nos aniquila es que se nos contraríe en la
satisfacción de esas necesidades, que se nos impida ascender, que se nos
constriña una vida y unas necesidades que son la negación misma de nuestras
aspiraciones dinámicas. Ser libre es ir regiamente por el camino de la vida,
inclusive si ese camino se halla rigurosamente delimitado, encuadrado por
múltiples obligaciones... La privación de la libertad es la imposibilidad en
que caemos de marchar así hacia la luz, consciente o no, cuya atracción
sentimos. Es extraviarse por senderos sin finalidad donde nuestros enemigos nos
dominan sin cesar, despojando de cualquier sentido humano nuestros
esfuerzos."
Neill, el creador de Summerhill, a quien injustamente se le
han adjudicado todas las desviaciones y perversiones de la educación
contemporánea, apuntó al respecto: "Es imposible fijar leyes entre la
libertad y la licencia: cada padre debe juzgar individualmente por dónde pasa
la línea divisoria. A menudo debemos decirle no a una criatura, aunque seamos
firmes partidarios de la libertad. Evidentemente, los padres que nunca dicen
"no" están creando a un niño consentido que no estará en condiciones
de enfrentar la realidad posterior. Semejante niño se criará con la idea de que
el mundo debe suministrarle todo lo que desea. Actualmente, muchos padres
abrigan la idea de que cuando se coarta al niño se le convierte en un tarado o
en un Al Capone. ¡Falso! Los padres deben decir no cuando el no es necesario.
No deben permitir que su hijo los intimide. El hecho de dar a los niños todo lo
que quieran puede implicar que se les conceda un amor que sus padres no son
capaces de brindarles..."
Por último, con respecto a la libertad, Ferriere, el creador de la Escuela Activa, señaló: "No se puede conceder un grado de libertad a una comunidad de niños o adolescentes, cualquiera que sea su edad, si no han demostrado que la merecen. ¿Cómo saberlo? Muy sencillo: el que sabe obedecer, sabe ordenar; el que sabe gobernar, sabe gobernarse. El criterio para definir la madurez de un grupo será la obediencia de sus miembros a condición de que las órdenes dadas por el maestro, por el jefe o por la colectividad, en forma de leyes, ¡no sean irracionales!." La naturaleza del niño sano es activa. Si hay niños pasivos, tristes o indolentes ello es atribuible, entre otras cosas, a que la educación que recibe también es así: triste, verbalista, autoritaria y pasiva. Pero la educación activa, que es la educación en la acción liberadora y constructiva, permite el surgimiento y el desarrollo de la auténtica naturaleza infantil, y de allí que la escuela, al ponerse en armonía con el niño mediante la acción y la libertad, deba ser activa. La libertad en la ESCUELA ACTIVA debe ser identificada, consecuentemente, con la actividad, la productividad, el trabajo.
Por último, con respecto a la libertad, Ferriere, el creador de la Escuela Activa, señaló: "No se puede conceder un grado de libertad a una comunidad de niños o adolescentes, cualquiera que sea su edad, si no han demostrado que la merecen. ¿Cómo saberlo? Muy sencillo: el que sabe obedecer, sabe ordenar; el que sabe gobernar, sabe gobernarse. El criterio para definir la madurez de un grupo será la obediencia de sus miembros a condición de que las órdenes dadas por el maestro, por el jefe o por la colectividad, en forma de leyes, ¡no sean irracionales!." La naturaleza del niño sano es activa. Si hay niños pasivos, tristes o indolentes ello es atribuible, entre otras cosas, a que la educación que recibe también es así: triste, verbalista, autoritaria y pasiva. Pero la educación activa, que es la educación en la acción liberadora y constructiva, permite el surgimiento y el desarrollo de la auténtica naturaleza infantil, y de allí que la escuela, al ponerse en armonía con el niño mediante la acción y la libertad, deba ser activa. La libertad en la ESCUELA ACTIVA debe ser identificada, consecuentemente, con la actividad, la productividad, el trabajo.
Conviene, finalmente, otra reflexión en torno a la libertad. Hemos definido ésta como la herramienta que nos sirve para el desarrollo y la integración de todas las aptitudes y facultades humanas y ella no está jamás fuera del ser que la hace posible.
Pero la manifestación de la libertad nunca deberá ser una manifestación irracional y meramente instintiva, sino que deberá darse dentro de los límites del respeto y la armonía. Estos límites deberán ser siempre lo propio, lo intrínseco del ser; no de otra manera podría ser, so pena de entrar en conflicto o choque con las formas sociales de toda índole. Son por tanto el orden y la disciplina las condiciones irrenunciables de la libertad. Por ello, la divisa de una de las primeras escuelas reformadoras de Europa fue ésta: la libertad es la obediencia a la ley. Carlyle, por su parte, señaló al respecto: "pasar de la obediencia a la libertad es el proceso que debe llevar la educación cuando se enfoca desde el ángulo de la autoridad". Piaget, en fin, se refiere a la autonomía como lo propio de la libertad, y la define como un procedimiento de educación que tiende, como todos los demás, a enseñar a los individuos a salir de su egocentrismo para colaborar entre sí y someterse a las leyes comunes.
Los espíritus desorientados o hasta pervertidos por formas de educación excesivamente rígidas suelen identificar el orden, la autonomía y la disciplina con formas autoritarias o represivas de educación. Nada más lejos de la verdad. La disciplina, entendida ésta como la fuerza interna que motiva al individuo a realizar lo que debe hacer en el momento indicado, está estrechamente vinculada con los espíritus libres. Quien carece de respeto por la disciplina o la identifica con la represión, no es apto para la libertad.
Capítulo III. EL TRABAJO
La ESCUELA ACTIVA es un centro de trabajo. La razón de ello
es que toda propuesta educativa que se respete deberá estar siempre vinculada
al trabajo, entendido éste como la acción que pone en juego todas las formas de
energía: física, artística, intelectual, moral.
La educación convencional, excesivamente formalista, vertical y autoritaria, ha dejado huellas dolorosas en muchos adultos. Son éstos quienes querrían eximir a sus hijos de la escuela del trabajo porque asocian éste con el castigo, la represión y la venganza. Es éste el origen de los niños tristes, apáticos y pasivos que desde muy temprano muestran rechazo hacia la escuela.
Cuando el trabajo es en exceso repetitivo, memorístico y
además se le usa como instrumento de castigo, lo natural es que el niño lo
rechace o cumpla con él a la fuerza. Pero si el trabajo escolar pone en juego
la energía creativa de toda índole que es propia del niño, entonces éste se
apasionará ilimitadamente con el juego-trabajo. Al encontrarlo gratificante y
vivirlo con interés, el niño estará en condiciones de involucrarse hasta lo insospechado
en esta acción, que es precisamente lo que educa, por cuanto pone en práctica
las facultades todas del educando. En la ESCUELA ACTIVA sí es permitido -y
también recomendable- que los padres entren a las aulas a observar. En la
mayoría de los casos se sorprenderán al encontrar grupos de niños que trabajan
jubilosamente en las más diversas cosas: un periódico mural, una conferencia
individual o en equipo, un experimento de biología en el laboratorio, un trozo
de recta histórica, un texto libre, una ilustración en la que el colorido salta
y recrea la vista, una asamblea de grupo, etcétera. Todo ello forma parte de un
conjunto de técnicas ampliamente experimentadas en la propia escuela y que son
precisamente el sustento pedagógico de la institución.
En la escuela tradicional la técnica más socorrida -si así
se le puede llamar- es aquella en la que un maestro verbaliza durante varias
horas al día sobre tópicos que en la mayoría de los casos no suscitan la mínima
atención del alumno, aunque éste aparentemente escuche rígidamente el discurso.
El aprendizaje resultante de esta inveterada acción docente es a menudo
deplorable. Cómo no calificarla sí en tanto el niño no tiene absolutamente
ninguna participación en semejante forma de aprendizaje. Pero si al mismo niño,
sin importar su condición social, económica o cultural, se le da la oportunidad
de investigar el tema, de ampliarlo, criticarlo, ilustrarlo y exponerlo verbal
y gráficamente, ese mismo tema se convierte en la rica materia prima objeto y
razón de ser del trabajo. Freinet, a quien ya mencionamos como nuestro faro de
luz en la ESCUELA ACTIVA, dice al respecto del trabajo: "Para mí, la
educación del trabajo rebasa con mucho la mera concepción del esfuerzo del
hombre. Es a la vez motor estimulante y finalidad para la grande y múltiple
empresa de la vida. No sólo es un medio de prepararnos para producir la riqueza
social; es también un aspecto individual que, por otra parte, no podríamos
separar y que distinguimos por necesidad explicativa. Mediante el
trabajo-juego, el niño, y también el hombre, aspiran, conscientemente o no, a
conocer, a experimentar y luego a crear, para dominar la naturaleza y su propio
destino."
Sigue hablando Freinet: "El niño tiende naturalmente a subir del trabajo primitivo a la actividad diferenciada, a fin de llegar hasta el conocimiento intelectual, a la cultura filosófica y la concepción moral de la vida. Realizará esta ascensión tanto más pronto y con tanta mayor maestría cuanto mejor constituido esté; inclusive se detendrá quizá en el camino si sus facultades no le permiten ir más adelante. Pero una parte del trayecto quedará al menos franqueada y ciertas facultades se habrán desarrollado. La escuela habrá dejado su huella eminente hasta en los anormales y los disminuidos...El hombre está hecho de tal modo que -y esto a la vez constituye su debilidad y su grandeza- no sabe acomodarse a la facilidad y, cuando se acomoda, ha abdicado ya trágicamente ante la vida."
Un párrafo más al respecto, dedicado particularmente a madres y padres sobreprotectores que confunden la escuela activa con la escuela del facilismo, la justificación a priori y la supresión del esfuerzo: "El hombre busca siempre la dificultad; está en su naturaleza el superarse sin cesar, el conocer el porqué de las cosas, el plantearse problemas y buscarles solución. Esta tendencia es natural y sólo una pedagogía mortífera ha podido aniquilar así las posibilidades innatas del niño."
Detengámonos un momento ante esto de "pedagogía
mortífera" a la que alude Freinet. Se está refiriendo concretamente a los
padres, a los maestros, a las instituciones que subordinan el trabajo al inocuo
estar a gusto, a las innecesarias "libertades" y
"licencias", a las absurdas gratificaciones con las que se pretende
inútilmente reemplazar la irrenunciable manifestación amorosa.
Tenemos que recobrar el instinto. Reeducar las diversas piezas del organismo. Reabrir los trayectos obstruidos u obstaculizados por dogmas y formalismos atávicos en la educación. Tenemos, en fin, que restablecer ese circuito que, mediante un juego suave y sin deterioro, conduce las funciones primarias hasta las emanaciones ideales, que son el esplendor constructivo de nuestra personalidad. No habrá entonces funciones viles y materiales, por una parte, y funciones nobles y superiores, sino una función única que lleva a la exaltación máxima de nuestro ser. Esta función se llama TRABAJO. Toca a los educadores llevar adelante, mediante la organización escolar y en armonía con los padres, la cultura psicológica y física, la cultura artística y moral, la cultura intelectual a manera de fundir, mediante el trabajo, todas esas disciplinas, arbitrariamente separadas por élites intelectualoides, en un bloque unificado y animado por el propio trabajo, entendiendo éste como la única alternativa para el ascenso, el crecimiento y la realización.
Capítulo IV. UNA ESCUELA ALEGRE
En la Escuela Activa es el maestro la figura emocionalmente
más cercana a los niños. Es él quien guía, quien colabora con ellos, quien
ayuda a tomar decisiones, quien proporciona fuentes de información, quien
respeta y es respetable; es en fin, el que no amenaza ni intimida ni limita y
hasta puede ser objeto de crítica si, a juicio del grupo, comete alguna
injusticia. Esta relación maestro-alumno hace posible un tipo de niño capaz de
amar, de comprender y de respetar a los demás, en justa correspondencia con el
amor, la comprensión y el respeto que recibe. En este ambiente se produce la
armonía de intereses que hace posible uno de los más caros ideales de la
Escuela Activa: ¡salvaguardar la alegría del niño!
Cuando acudir a la escuela es motivo de júbilo y de euforia,
el niño vive de acuerdo con su naturaleza. Si la relación maestro-alumno está
fortalecida por lazos afectivos legítimos, esta relación no solamente se
traduce en un elevado índice de aprovechamiento, sino que coadyuva
poderosamente al florecimiento de la madurez emocional, al establecimiento de
relaciones interpersonales constructivas y a la adquisición de la seguridad y
la confianza necesarias para toda la vida futura del niño. Esto es consecuencia
natural de que el niño no tiene que luchar contra el maestro ni defenderse de
él. No habiendo desgaste de energía por estos canales, no teniendo que
rebelarse el niño contra actitudes inflexibles tanto en lo académico como en lo
emocional, el niño es precisamente eso: ¡niño! La escuela activa quiere seguir
sutilmente la pista de la evolución natural del niño, jamás precipitarlo para
que alcance en el menor tiempo posible -a costa de neurosis prematuras- otras
metas y otros objetivos que no sean los propios de su edad.
Hay infinidad de escuelas que fincan su presunto éxito en la
prisa. Pueden llamarse escuelas "priseras" porque tienen mucha prisa
en precipitar la madurez y el aprendizaje. Lo que se consigue, en todo caso, es
que el niño memorice más y mejor, mas no que comprenda aquello que memoriza y
que en tantos casos es aprendizaje inútil. El tiempo que vivimos los adultos,
tiempo de competitividad salvaje y de celeridad neurótica, ha trastocado el
ritmo de maduración del niño. Así infinidad de gente cree que la buena escuela
es aquella que produce niños que en primer año escriben cincuenta palabras por
minuto, dominan el inglés y operan la computadora. ¿Y el niño, en dónde quedó
el niño, aquel ser en capullo cuyo ritmo natural es pausado, sereno y sutil?
La escuela jamás debería perder de vista que precipitar la madurez es un atentado contra su naturaleza. El niño tiene derecho a vivir su vida al ritmo que le es propio, y este ritmo no está signado por la precipitación neurótica, que es sello distintivo de nuestro tiempo. En virtud de lo anterior, queremos una escuela dinámicamente serena, rítmicamente activa, en contraste con tantos centros de domesticación en los que la represión es sinónimo de orden y el autoritarismo ha suplantado la disciplina. Una escuela, en fin, en la que el niño viva su vida activamente, involucrándose, participando, comprometiéndose con el proceso educativo que corresponda justamente al momento que vive física, emocional e intelectualmente, esto quiere decir: a su edad. Y es preciso tomar en cuenta que la edad del niño no debería jamás ser precipitada en aras de formas de madurez falsas o aparentes que invariablemente lesionarán su ritmo evolutivo natural.
Muchos padres vienen a la Escuela Activa y aducen como
principal motivo para inscribir a un niño que en la escuela donde se encuentra
es rechazado porque el niño es muy inquieto. Nosotros pensamos que los niños
que no son natural y sanamente inquietos deben estar enfermos...o domesticados
por una educación represiva. En aquellas escuelas, la inquietud del niño se
reprime y se mata. En la Escuela activa la inquietud del niño es la materia
prima que, transformada en trabajo, da por resultado un aprendizaje racional y
un proceso gradual de madurez del que resulta el niño maduro e inteligente.
Capítulo V. POR QUÉ LAS NORMAS
En la Escuela Activa hay normas. En toda sociedad como en
toda persona debe haberlas. La ausencia de ellas produce ambientes
peligrosamente caóticos que los propios niños en un momento dado llegan a
rechazar. Por cuanto la conducta del niño está regida particularmente por la de
los modelos que le son más cercanos, se infiere que son los adultos, padres y
maestros, los primeros responsables de la transmisión de las normas primarias y
fundamentales. A la escuela corresponde mucha de la implementación y
conservación de las normas que, llevadas a la práctica, dan lugar al orden.
Al acostumbrarse a un orden determinado, el niño carece de
condiciones para hacer valer sus caprichos y para negarse a cumplir las normas
establecidas. Se ejercita en la capacidad de saber contenerse y regular su
comportamiento. No hay ni remotamente alguna forma de crueldad o de desamor por
parte de los educadores en el sostenimiento permanente del respeto al orden. En
el desarrollo del niño tienen excepcional importancia las reglas del
comportamiento establecidas en la familia y en la escuela.
Un hogar o una escuela cumplen justamente sus fines
educativos en la medida en que forman en el niño su necesidad de normatividad.
Si la vida del pequeño está sujeta a normas irracionales, si está desorganizada
tanto en lo interno como en lo externo, esto se traducirá en inseguridad y
apatía. Pero si la vida está organizada, su memoria se enriquece con un
contenido útil que se va ampliando gradualmente. En la vida cotidiana surgen
constantemente dificultades ante el niño, como surge también un gran número de
fenómenos inesperados. Para comprenderlos y superarlos, su mente ha de trabajar
activamente. El niño no debería ser nunca sujeto pasivo del mundo que le
circunda. Por el contrario: es preciso que lo conozca, lo observe y lo
transforme en experiencia y conocimiento. El adulto no deberá obviar siempre
las dificultades y obstáculos que surgen ante el niño, sino fortalecer
permanentemente sus capacidades y recursos para enfrentarlos y resolverlos.
En la Escuela Activa queremos aquellos padres que aspiran a un desarrollo integral del niño; aquellos que le dan oportunidad, como nosotros, de observar, experimentar, dialogar, antes que eximirlo del esfuerzo que a veces ello implica.
Acerca de todo ello es conveniente reiterar que la normatividad, como el orden y el trabajo, no están reñidos con la Escuela Activa. Con lo que sí está reñida es con el caos, la pasividad y la improductividad. Quienes han identificado la Escuela Activa con estas ideas han dañado gravemente a sus hijos y han convertido a algunas dizque escuelas activas en centros de libertinaje.
Capítulo IV. COMPETENCIA CONTRA COMPETITIVIDAD
Conviene tenerlo claro: en la Escuela Activa no trabajamos
para hacer niños competitivos, sino seres competentes. Estamos persuadidos de
que formar niños que ven un rival a vencer en cada compañero puede llegar a
hacer personas exitosas, aunque no necesariamente felices y realizadas.
Aspiramos a que el niño se esfuerce, trabaje y se prepare para ser superior
cada día ante sí mismo, no para rivalizar con sus compañeros convertidos de
alguna manera en enemigos a vencer.
Difícilmente podemos no condenar la agresividad y la
violencia que en tantas y tan variadas formas nos acosan. Junto con la condena
a ello, deberemos tener en cuenta que la violencia y la agresividad son en
buena medida el resultante de la educación dramáticamente competitiva, tan
proliferada en la sociedad contemporánea. No estamos en contra de la
excelencia, del ascenso del hombre hacia dimensiones superiores. La excelencia
la contemplamos como el objetivo del ser humano que ha integrado todas sus
facultades y aptitudes, lo cual solo conseguirá si no subordina el ser al
poseer, el vivir al existir. Pero sí condenamos la formación conductista
fundada en la competitividad, el elitismo, el racismo, los dogmas y fanatismos
y tantas formas de pseudovalores que aplastan la sensibilidad y la inteligencia
del niño. Y dejan sólo al descubierto las formas más primarias de su persona.
Con base en ello, la Escuela Activa aspira a coadyuvar a la
formación de seres pensantes, críticos, éticos, honestos y solidarios que se
identifiquen con las causas superiores de la conciencia y el espíritu. Decimos
que coadyuvamos, esto es, ayudamos y nos solidarizamos, con los padres que
procuren para sus hijos esta forma de educación. Pues en ningún momento debemos
perder de vista que, en principio y finalmente, son los padres y es a ellos a
quienes compete la educación de sus hijos.
De allí que le adjudiquemos tanta importancia a que exista
una clara y total identificación entre los fundamentos educativos de la escuela
y los del hogar. Esta identificación principia con el respeto a las normas. Si
las que rigen el hogar y la escuela son afines el niño no sentirá el derecho de
violarlas. Más bien él mismo procurará que sean respetadas pues esto le
representa seguridad.
Capítulo VII. ¿CÓMO?
La Escuela Activa procura dar al educando, a través de una
cultura general, la capacidad de juzgar y discriminar por encima de la
acumulación de conocimientos memorizados. La cultura general se va dando
gradualmente a medida que el niño tiene oportunidad de conocer sin
restricciones el mundo que lo circunda. El cultivo de los gustos preponderantes
de cada niño, sistematizados posteriormente, desarrollará después sus intereses
en un sentido vocacional. La enseñanza se basa en los hechos y en la
experiencia; la adquisición de conocimientos es muchas veces el resultado de
observaciones e investigaciones personales, visitas a museos o industrias,
lectura, medios audiovisuales, etcétera. La teoría viene después de la práctica
en cuantas ocasiones ello es posible. Las conclusiones generales, las leyes y
los sistemas, vienen muchas veces de la observación de los casos particulares,
de los efectos. Esto contribuirá definitivamente a despertar el espíritu
científico, necesarísimo en nuestro tiempo.
La enseñanza actualizada por medio de motivaciones naturales
recogidas por el niño en su propio medio contribuye al enriquecimiento de la
vida del propio niño. Al adquirir la "materia prima" que el mundo le
ofrece y elaborar con ella, en la escuela, una gran cantidad de "productos
intelectuales" o de habilidades específicas, permite al niño participar
activamente en la vida de la comunidad.
Esto afirma su personalidad, se enriquece con nuevas
experiencias, y todo ello constituye motivaciones que dentro o fuera de la
escuela, en un proceso de constante transformación, va conformando de manera
dinámica la personalidad auténtica del niño -no la impuesta por los mayores- ,
todo lo cual incidirá en la visión y en las decisiones de su vida toda.
Las tareas extraescolares no son optativas. El tiempo de la escuela no es suficiente para el aprendizaje. Importa mucho crear hábitos de trabajo, tanto de afirmación como de investigación. Estos últimos son muchas veces sobre temas que apasionan al niño, y es aquí cuando los padres se convierten en colaboradores de sus hijos. En vez de que el niño ejecute una labor en muchas ocasiones inútil por repetitiva y poco creativa, el trabajo de investigación sí suele apasionar al niño, y los padres deberán reforzarlo. El trabajo de memorización y mecanización es también eventualmente necesario, aunque en la mayoría de los casos va precedido por la comprensión de lo que se memoriza, por ejemplo, en las matemáticas y en la lengua nacional o extranjera.
Mencionamos antes lo referente a la competitividad. Y agregamos: es preciso que en esta escuela padres y niños superen la creencia tan proliferada de que son los premios y las recompensas el objeto de la educación. Lo deseable es que el niño se imponga a sí mismo el reto de ser cada vez mejor ante sí mismo. En vez de compararse con los demás, es preferible que se compare consigo mismo. Su premio deberá ser la satisfacción de su propia superación, en vez de la subvaloración de los demás.
Práctica importantísima dentro de la escuela es la formación del espíritu de equipo. Aquí, el niño merece el necesario respeto a su personalidad y a su individualidad, mas no se propicia el individualismo. Por el contrario, estamos convencidos de que en la sociedad en que vivimos cada vez cobra mayor importancia el trabajo en equipo, y por ello lo fomentamos desde que el niño se incorpora a la comunidad.
El niño es parte integrante de un grupo social: importa que
él tenga conciencia de ello, como deben tenerla los demás, a manera de que unos
y otros respondan a las demandas sociales de cada momento y circunstancia. En
el aula se fomenta el trabajo en equipo con técnicas muy afortunadas, como lo
son el periódico mural, la conferencia, las maquetas, la asamblea escolar, el
teatro y otras. Este trabajo afianza en el niño el compañerismo, el espíritu de
colaboración y lo prepara positivamente para su participación en la vida en la
colectividad.
Creemos que la educación no debe ser impuesta de afuera
hacia adentro, como se practica convencionalmente, sino de adentro hacia
afuera, mediante la experimentación, la práctica y la crítica. El discurso
verbalista del maestro deja mucho que desear en comparación con el resultado
que se obtiene cuando se permite al alumno el autoaprendizaje y el
autogobierno. El texto libre es una técnica para el aprendizaje del español
sumamente atractiva para el niño porque es éste el principal protagonista del
trabajo, en vez de un oyente pasivo y a menudo aburrido. El autogobierno
escolar es, por otra parte, una experiencia extraordinariamente enriquecedora
para el niño por cuanto lo inicia en el espíritu de la responsabilidad cívica y
la democracia. Ejemplo de ello es la asamblea escolar, que está integrada por
alumnos y maestros y en la cual se examinan, analizan, ventilan y critican
todos aquellos asuntos que atañen a la vida de la comunidad escolar. En esta
asamblea, niños y maestros toman decisiones, hacen críticas, presentan
sugerencias y felicitaciones y someten a votación asuntos que así lo requieran.
En este ambiente democrático los maestros pueden encauzar las actividades hacia
resultados educativos, siempre con la participación del educando. Esta, que es
otra técnica propia de la escuela, sirve para que el niño aprenda a exigir el
cumplimiento de derechos, a defenderse de las injusticias, a responder de sus
actos, a saber discutir y aceptar la crítica, y en fin, a ser cooperador
responsable de sus actos y vigilante de los actos de los demás.
La Escuela Activa confiere superior importancia al
desarrollo de la creatividad del niño: física, plástica, artística o sensorial.
Todas las manifestaciones de creatividad deberán ser puestas invariablemente al
servicio del aprendizaje y de la formación interna. No hay materia prima más
noble que la creatividad propia del niño, cuando ésta se pone al servicio de su
proceso educativo, y por ello jamás deberá inhibirse o reprimirse. Corresponde
a maestros y padres cultivar la creatividad. Los frutos se harán tanto más
evidentes cuanto mayor la sensibilidad de los adultos para encauzar las
aptitudes creativas.
Capítulo VIII. PARTICIPACIÓN DE LA COMUNIDAD
La Escuela Activa es una casa abierta tanto a padres como a
investigadores y observadores en general. En contraste con la mayoría de las
escuelas que funcionan como depósitos confinados de niños, aquí se permite
conocer el trabajo que se realiza en las aulas, como se permite también aportar
sugerencias, dar pláticas a los alumnos, conseguir visitas educativas y, en
fin, comprometerse en serio con su papel de educadores alternos de la escuela.
No es posible ignorar que cada vez resulta más difícil disponer de tiempo para
cumplir con las responsabilidades que esta escuela exige de los padres:
supervisar tareas extraescolares, hablar con los maestros cuando se requiere,
coordinar conferencias de sus hijos y conseguirles material de apoyo, asistir a
juntas, etcétera. Sin embargo es imposible renunciar a esta exigencia so pena
de que el resultado educativo que los padres exigen de la escuela resulte
afectado.
Ya mencionamos que en esta escuela no tienen cabida dogmas
ni fanatismos de ninguna índole: políticos, religiosos, sociales o familiares.
Aspiramos a que nuestro trabajo de educadores no esté al servicio de ninguna
facción, partido o ideología, sino de la verdad objetiva y de la razón
esclarecedora.
En el área de las Ciencias sociales se habla por igual de Cristo, de Buda o de Mahoma que de Fidel Castro, Marx, Gandhi, Churchil o Clinton. Y en la de ciencias naturales se trabaja con espíritu científico, e igual se exponen juicios de Einstein, Galileo, Darwin que de los conservaduristas que fomentan el culto a la cigüeña. Esta postura, a menudo antagónica con la de tantas escuelas, tiene su razón de ser en nuestra certidumbre de que la escuela debería ser siempre una luz que ilumine el ascenso del hombre hacia su liberación y no un medio para su opresión, servidumbre y explotación.
En el área de las Ciencias sociales se habla por igual de Cristo, de Buda o de Mahoma que de Fidel Castro, Marx, Gandhi, Churchil o Clinton. Y en la de ciencias naturales se trabaja con espíritu científico, e igual se exponen juicios de Einstein, Galileo, Darwin que de los conservaduristas que fomentan el culto a la cigüeña. Esta postura, a menudo antagónica con la de tantas escuelas, tiene su razón de ser en nuestra certidumbre de que la escuela debería ser siempre una luz que ilumine el ascenso del hombre hacia su liberación y no un medio para su opresión, servidumbre y explotación.
En torno a las escuelas activas en general se han creado bastantes mitos y algunas verdades. La diversidad de criterios e intereses con que ha sido usado el membrete "escuela activa" lo ha propiciado. Por una parte, cierta corriente esnobista y oportunista ha hecho creer que la escuela activa es aquella que, abdicando de su cualidad de rectora de una moral racional, deja a los alumnos la delicada responsabilidad de autoeducarse en este aspecto.
En los años sesenta, período de proliferación de toda clase de experimentos "activos", cundió esa idea. Poco tiempo después, simultáneamente con el descrédito, llegó el fracaso de casi todas ellas. Se pasó por alto que la educación moral (no necesariamente ligada con alguna religión) está fundada en valores universales irrenunciables. El valor, la honestidad, la verdad o la honradez no están sujetos a ondas o modas. Dejarlos de lado o hacerlos optativos es renunciar a la más cara de las cualidades de la educación, venga de la escuela o del hogar. La Escuela Activa, ésta, funda y cultiva valores. Renunciamos a propiciar el analfabetismo moral.
Por todo lo expuesto y más, la Escuela Activa debe estar
profundamente identificada con la familia. Sin esta identificación, nuestra
escuela no funciona. La idea es proporcionar al niño marcos de referencia
uniformes, esto es, que el niño no deberá encontrar en el seno familiar aquello
que la escuela rechaza, y viceversa. Si el niño encuentra actitudes uniformes
en la escuela y en el hogar, esto lo capacitará ampliamente para todo su
proceso educativo. La escuela, la familia y la sociedad han de constituirse en
un círculo armonioso. Si padres y maestros trabajamos multirateralmente para
hacer de los niños seres positivos, productivos y honestos; si nos empeñamos en
fomentar realmente su capacidad de juicio; si les abrimos todos los caminos de
la creatividad, de la investigación, de la crítica y la autocrítica, del
análisis y del raciocinio; si nos esforzamos, en fin, por vencer a todos los
fantasmas que nos cierran el paso, entonces si podremos afirmar que estamos
transformando nuestra sociedad.
Aspiramos a que la familia comparta nuestro propósito de eliminar del panorama educativo las metas mediocres, a dotar al niño de objetivos elevados. Queremos trabajar con la convicción de que desde cualquier nivel en el que les toque actuar, los egresados de esta escuela sabrán respaldar sus exigencias y sus acciones con actitudes de responsabilidad, valor y honestidad. Es éste el camino que les permitirá someter a juicio todas las acciones que afecten de un modo u otro la vida del país, al mismo tiempo que serán capaces de enfrentarse a las exigencias que ellos mismos se hayan planteado.
No ignoramos que es difícil llegar a los objetivos planteados. Por esto nos es imprescindible contar con la participación de los padres. No todos los padres. Sólo aquellos que compartan la necesidad de transformar, mediante la educación, la sociedad que nos toca vivir y, sobre todo, la que les tocará vivir a los niños de hoy.
Mucha gente hay que se preocupa ante la perspectiva de la sociedad del futuro. A todos ellos les decimos que tengan presente en todo momento -como nosotros lo tenemos en la Escuela Activa- que los hombres de las generaciones futuras, que son los niños de hoy, tendrán que conquistar, con o sin nuestra participación, más de una libertad, más de un derecho y más de una conciencia cuya necesidad ni siquiera sentimos hoy. De aquí que para recibir a un niño en la Escuela Activa valoremos a los padres y su actitud ante la vida. Es deber de padres y maestros instrumentar a los niños y capacitarlos para manejar los valores universales de todos los tiempos. Pero no termina aquí nuestra responsabilidad: estamos obligados a prepararlos para crear los valores y aptitudes que les permitan realizarse con plenitud en el mundo de mañana. Ello será posible si tomamos en cuenta que la función educativa no consiste en imponer criterios personales ni en ejercer una autoridad arbitraria, sino en despertar nobles aspiraciones en el niño de hoy, basadas en el amor, la razón y la justicia.
Capítulo IX. UNA ACTITUD HACIA LA VIDA
No caben en la Escuela activa la estrechez de miras, ideales
y objetivos. Todo aquí debe estar siempre abierto y eliminada la tendencia
hacia la estandarización convencional. La escuela activa no es una entidad que
limita sino que, por el contrario, ofrece a los espíritus creadores la
oportunidad de aumentar el potencial creativo y de desarrollar un amplio
espíritu de iniciativa.
La dinámica de la escuela está siempre en expansión, y sus lineamientos generales obedecen a pautas muchas veces señaladas por los intereses de los niños cuyas inquietudes, adecuadamente encauzadas, se proyectan siempre hacia un futuro cada vez más rico y complejo que ellos ya están construyendo en el presente.
Consideramos esencial enseñar al niño a razonar, a pensar, a entusiasmarse con las causas nobles y a fortalecer sus sentimientos de solidaridad, tolerancia, generosidad y justicia. Un niño libre de prejuicios, con una personalidad deshinibida y armónicamente integrada.
Por cuanto implica todo lo expuesto, afirmamos que la Escuela Activa es sobre todo una actitud ante la vida. Es la escuela del presente con proyección al futuro, atenta al aprovechamiento de la experiencia del cotidiano acontecer.
Y más: es la escuela que enseña a vivir aprendiendo por encima de su conocido lema de aprender haciendo. En efecto. Se trata de una conducta nueva ante la vida más que de un sistema pedagógico. Y de una visión nueva, honesta, que trascienda lo meramente educativo para convertirse justamente en una actitud ante la vida, aquella que baste para satisfacer la aspiración del desarrollo armónico del futuro ciudadano, del padre, del hombre, del ser unidimensional. El que por armonía consigo mismo y con el mundo que lo rodea, pueda participar socialmente, con iniciativa propia, en la labor de su vida y de su tiempo; el que, en fin, disponga de elementos de juicio y sensibilidad suficientes para tomar decisiones provechosas para sí mismo y para su comunidad y que, mediante el cumplimiento de sus deberes y responsabilidades, se haga susceptible de identificación con los modelos humanos superiores.
Capítulo X. ¿POR QUÉ?
Porque no avalamos una sociedad exenta de valores
universales.
Porque sufrimos con toda forma de injusticia y de opresión.
Porque creemos en una humanidad generosa, solidaria, congruente.
Porque anteponemos la razón y el espíritu científico a toda manifestación de dogma y fanatismo.
Porque queremos una educación exenta de autoritarismo y represión.
Porque aspiramos a preservar la alegría, la espontaneidad, el candor jubiloso del niño.
Porque nos empeñamos en descubrir y defender valores nacionalistas legítimos por encima del imperialismo letal que nos acosa y circunda por y a través de los medios.
Porque procuramos la acción educativa en la libertad crítica antes que en la tranquila servidumbre del silencio obediente.
Porque combatimos el consumismo enajenante de lo innecesario y lo superfluo, estigma vergonzante de una mayoría humana carente de lo exiguo.
Porque aspiramos a que la técnica sea puesta al servicio del hombre y nunca el hombre al servicio de la técnica.
Porque promovemos el espíritu científico en aras del conocimiento y la preservación del planeta y de sus recursos para que el hombre haga uso racional de ellos en vez del dispendio suicida.
Porque queremos una sociedad semejante a la que procuramos en las aulas: no racista, no elitista, no discriminatoria.
Porque reunimos, en esfuerzo ilimitado, cuerpo, espíritu y razón con el ideal de instaurar dignidad, honor, verdad, ética en todas y cada una de nuestras acciones y pensamientos.
Y porque, en fin, nuestro trabajo y nuestra vida cotidiana están presididos por ese acto amoroso que es la educación; por ello sostenemos la esperanza y queremos compartirla con todos los que se hagan solidarios con este ideal.
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