En fila, de frente al escritorio del maestro, se sucedían, una detrás de otra, largas mesas con bancos de madera para diez alumnos en cada banco. En la primera mesa de cada una de las ocho clases se colocaba un “telégrafo”, uno de los aparatos distintivos de la técnica lancasteriana, que era un palo de madera que sostenía en su extremidad superior una aspa de hojalata que un lado decía el número de la clase y en el otro EX que quería decir examen. A veces se colgaba de estos “telégrafos” un tablero con los caracteres que habían de ser copiados por los niños. La escuela lancasteriana introdujo algunos métodos educativos nuevos y más efectivos, como por ejemplo, el empleo de mapas y carteles, de areneros y ejercicios de dictado.
La idea clave del sistema Lancasteriano fue que el niño
debía ser constantemente activo. No se aburría, porque siempre estaba
aprendiendo algo del monitor en su pequeño grupo. Lancaster insistía en que
“cada niño debe tener algo que hacer a cada momento y una razón para hacerlo".
Llegar a este objetivo significaba un complicado sistema de registro del
movimiento de cada alumno de una clase a otra. Los libros de asistencia de los
maestros de las escuelas municipales muestran a que clase de lectura,
escritura, aritmética y doctrina cristiana y civil habían sido asignado cada
alumno, y como había ido progresando en cada clase. Se podía estar, al mismo
tiempo, en un grupo avanzado de lectura, en uno mediano de escritura y otro
elemental de aritmética y doctrina. Con el sistema lancasteriano cada clase,
con su maestro o monitor se regía individualmente. De este modo, los progresos
no se miden de acuerdo a plazos pautados gradualmente.
En vista de que en un aula había enseñanza simultánea de
ocho clases y después el movimiento, o “evolución”, de aproximadamente ciento
cincuenta niños al final de cada hora, cuando cambiaban de grupos, era
imprescindible que los alumnos guardaran estricto orden y silencio. Para llevar
a cabo estas evoluciones sin confusión y con rapidez, el “telégrafo” era movido
por el monitor de la mesa de escritura a los semicírculos, donde era colocado en
dos asas de fierro el tablero de lectura o aritmética. Cada muchacho encontraba
el grupo que le correspondía al ver el número de su clase levantado en el
telégrafo.
Jamás por ningún pretexto se podría dar golpes a ningún niño, y los
instructores podrían castigar a sus alumnos con mandarles arrodillar no más que
durante el trabajo en que se hallen”, o con castigos morales (orejas de burro).
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